Artículo originalmente publicado en Panampost
Desde la insurrección chilena de octubre de 2019, que no ha cesado, y ahora sumada la pandemia global del virus de Wuhan, ha quedado demostrada la estrategia de manipulación de las conciencias por parte de los medios de comunicación hegemónicos, sea minimizando los atentados terroristas y los hechos violentos o exacerbando el miedo generalizado de la población para este último caso, donde los políticos también sacan su tajada y se lucen con grandilocuentes discursos, confundiendo aún más a los ciudadanos y futuras generaciones.
Algunas personas, policías tuiteros de la moral y de la mal llamada economía “solidaria”, son los primeros en intentar imponer falsos consensos, para esbozar soluciones ante una evidente —recesión mundial, la quiebra de las empresas, el aumento del desempleo y el colapso de nuestra industria— esperada por los totalitarios del Frente Amplio y el Partido Comunista, que ven con hambre avanzar hacia su estatización, y quienes no tuvieron escrúpulos en aplaudir a los revolucionarios mientras quemaban y saqueaban hace unos meses atrás nuestro país, con consecuencia actual de más de 376 mil despidos previo al virus de Wuhan.
En la actualidad, los Estados en el mundo están movilizándose prácticamente hacia una situación de economía de guerra, priorizando la administración centralizada por sobre las decisiones espontáneas, y diversos actores de las fuerzas productivas están haciendo lo imposible para adaptarse y sobrevivir al estado de excepción decretado por el gobierno, y que una vez finalizada la emergencia debemos advertir que no podemos aceptar recetas fallidas del pasado. Quienes separan forzosamente la economía de los seres humanos, olvidan que la economía es la interacción de personas de carne y hueso, acción humana, y que pueden haber muertes por el propio virus, pero también muertes por desempleo masivo, destrucción del núcleo familiar, cierres de empresas que implicará estrés, depresión, desesperación, bancarrotas, consecuencias mentales ante la destrucción de años de trabajo y sacrificio.
Otra arista de la pandemia, para ilustrar brevemente a los socialistas y ambientalistas de todos los partidos, pasa por hacer el ejercicio de qué ocurriría si nuestra energía fósil e hidroeléctrica —confiable— dependiese solo del clima y energías variables y de mayor costo, probablemente, la atención médica y la preservación de estándares de vida, bordearían lo insufrible ante los aumentos de demanda de energía en cuarentena. Y los que piensan que un viaje pagado a cierto coste de mercado para visitar nuestras familias en cuarentena no tiene un beneficio mayor que lo pagado, bordea sinceramente lo inhumano, lo que en economía suele llamarse excedente del consumidor. Para los que piden declarar cuarentena total del país, ni siquiera estiman las consecuencias de vidas que implica el costo por semana de distanciamiento social extremo, que aumenta con cada semana que pase y puede gestar nuevos escenarios de revuelta o rebelión, por necesidad, como está ocurriendo en algunas localidades de Italia.
En el mundo existen industrias que están viéndose afectadas seriamente, como aerolíneas, industria del turismo y entretenimiento, deportes, pymes, clubes y bares, fondos de inversión, transporte marítimo instando a los estados a revisar y someter a prueba sus políticas y excesivas burocracias en los sistemas de salud, que ellos mismos administran. Asimismo, coordinar esfuerzos para derrotar una pandemia no puede ser excusa para naturalizar la limitación de las libertades civiles, ni las religiosas, ni aumentar excesivamente la vigilancia del poder coercitivo, ni tampoco aumentar impuestos, que terminarán por expoliar a los trabajadores y el sector productivo de Chile, que representa un 73 % del PIB. En ello el mejor estímulo es eliminar las barreras regulatorias a la actividad económica, no rescates financiados por déficit hipotecando el futuro de nuestros hijos, y por otro lado flexibilizar las restricciones regulatorias de la telemedicina y la compra de test en el extranjero por parte de los colaboradores privados.
Mientras las hordas en redes sociales aplaudieron algunas medidas restrictivas extremistas como las tomadas en El Salvador, fue cosa de días para que el mundo vea su fracaso, donde el propio presidente Nayib Bukele admitió sinceramente su fracaso. Esto se suma a las políticas que algunos estados están tomando erróneamente para restringir el derecho a despido de las empresas, donde el mismo Consejero de Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty en Madrid indicó que “si a una empresa, especialmente a las pequeñas y a las medianas, le obligan a mantener unos costes determinados sin que tenga ingresos eso solamente tiene un fin que es la quiebra (…) [y] con la apariencia de querer favorecer a los trabajadores se les está haciendo un daño mayor” . Así, Carolina Corral, razonablemente resumió parte del funcionamiento de las pymes, quien explicitó “¿cómo creen que pagamos los sueldos? ¡Con las ventas! (…) si no hay ventas, si no hay ingresos”.
La economía es vida y colaboración humana, tan así que si se hubiesen implementado las reformas de libre mercado 10 años antes en la India habrían, sobrevivido 14,5 millones de niños, 261 millones habrían sido alfabetizados y 109 millones de personas habrían salido de la pobreza en dicho país. Por otro lado, destruir la economía no es una política social y el sistema de gestión público y privado debe ser el sometido a estrés en forma colaborativa con otras áreas, para superar en conjunto lo que implica una pandemia global. Tal como la historia económica nos enseña, no vaya a ser que los tomadores de decisión terminen haciendo que la cura propuesta, sea peor que la enfermedad.
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