28 de junio de 2023

Andrea Contreras Salazar

Comunidades LGBT+ en la búsqueda de ¿privilegios?

Cada año, cuando llega junio, las redes sociales se llenan de arcoiris y demandas distintas de las poblaciones LGBT+: inclusión, visibilidad, fin de la violencia y derechos. No obstante, en una América Latina en la cual parece que las constituciones avanzan paulatinamente hacia el reconocimiento de los mismos derechos para todos, estas demandas sociales, al menos en apariencia, pueden acercarse más a otra palabra: privilegios.

Inclusión, ¿forzada?

Por fortuna, las personas sexualmente diversas no se ven obligadas a vivir en ningún tipo de ghetto y, en la mayoría de los países latinoamericanos existen leyes que protegen contra la discriminación en servicios y establecimientos tanto públicos como privados. ¿Qué significa, entonces, la inclusión LGBT+?

Por principio, implica que, tal y como sucede con todos nosotros, se tomen en cuenta las necesidades específicas de cada grupo de personas para construir una vida común. Esto no es algo nuevo: así como debería haber letrinas para hombres, traducciones al  braile y rampas para discapacitados, lo lógico en una sociedad diversa es que se tome en cuenta a tantos ciudadanos como sea posible.

La historia no empieza ni termina con la infraestructura. Uno de los mayores problemas que experimentan las poblaciones LGBT+ a lo largo de su vida es el estigma y, por desgracia, la carga de prejuicios y discriminación que en muchas ocasiones deriva en el suicidio, comienza desde los primeros años de educación.

Recordemos que diversos estudios han demostrado que las personas LGBT+ nacen, no se hacen. En este sentido, hablar durante la niñez y pubertad sobre diversidad sexual no implica “volver LGBT+” a los infantes o someter a menores de edad a contenido sexual no apto para su edad, sino enseñarles que no hay nada mal con ellos en una cultura que constantemente hace lo contrario.

No es algo irrazonable. La educación es una herramienta que debe prepararnos para el mundo y, en el mundo, no solo nos encontraremos con problemas teóricos y científicos, sino también con personas que, como todos, merecen respeto. En un universo ideal no necesitaríamos repetir algo tan obvio, pero en una América Latina en la cual, en países como México, 1 de cada 3 personas LGBT+ reporta haber sufrido discriminación, hacer lo posible por evitar la propagación de prejuicios que no tienen fundamento es un paso necesario.

Quizá, señalan algunos, el problema no está en la aceptación externa, sino en la interna. ¿No será, se preguntan, que las poblaciones sexodiversas tienen en realidad un problema de autoaceptación? La respuesta es no. Aunque la ansiedad y la inseguridad son problemas comunes, se ha demostrado que su causa no es una problemática interna, sino la discriminación.

De hecho, el uso adecuado de pronombres hacia personas trans ha probado reducir significativamente los síntomas de depresión, ideación y comportamientos suicidas, mientras que la discriminación, el odio y las ECOSIG (mal llamadas “terapias de conversión”) se asocian con un aumento en los comportamientos suicidas.

La inclusión no busca tratos especiales, sino un estandar de dignidad humana con el cual muchos contamos sin darnos cuenta. El mito de “tratar a todos por igual” es falso y reduccionista: no hablamos de la misma forma a personas distintas en nuestra vida; nos adaptamos en infinidad de maneras porque, al final, la convivencia se trata precisamente de escuchar e integrar a otros distintos a nuestra vida.

¿No debería la violencia terminar para todos?

América Latina es la región más violenta del mundo. No es de extrañar, por tanto, que sea también la más peligrosa para las personas LGBT+. ¿Por qué, entonces hablar de ellos por separado y no de la violencia en general?

Porque tal y como los métodos de prevención de huracanes y temblores difieren aunque ambos sean desastres naturales, la violencia no obedece a una sola causa y, si queremos frenarla, debemos comprender sus orígenes. En el caso LGBT+, estos se relacionan directamente con el odio: quienes son asesinados en México, por ejemplo, registran golpes, violencia sexual, indicios de tortura y ensañamiento de los cuerpos sin vida, según reportó la organización Letra S.

De manera similar, en Centro y Sudamérica, después de las armas de fuego y los objetos cortapunzantes, los principales métodos de asesinato fueron el ahorcamiento, la estrangulación y la sofocación, según reportó la organización Sin Violencia LGBTI. Esto, añadido al alto porcentaje de homicidios realizados en domicilios particulares —33% si no tomamos en cuenta aquellos en donde se desconoce la ubicación–, refuerza la idea de un menor involucramiento del crimen organizado.

Además, la CIDH identificó “una profundización de la violencia contra personas LGBT+ en circunstancias en las que se difunden discursos de odio”. Esto significa que los crímenes homofóbicos o transfóbicos suelen ser antecedidos de discursos de odio públicos en debates, manifestaciones en contra de eventos LGBT+, o medios de comunicación e internet.

Sin restar importancia a otros tipos de violencia, lo anterior refleja la complejidad y diferencia de los homicidios contra personas LGBT+ en contraste con otro tipo de violencias.

Las agresiones están en constante aumento. De acuerdo con datos de la misma organización, los asesinatos en contra de personas LGBT+ se han mantenido o aumentado en todos los países de América Latina, con la excepción de Colombia, Nicaragua y El Salvador, no obstante, en los últimos dos casos la fiabilidad de los datos es baja dado que la erosión de organizaciones sociales ha debilitado el intercambio de información en Nicaragua y la falta de información en El Salvador ha obligado a la organización a basar sus datos en reportes realizados dentro de grupos de Facebook.

Los crímenes de odio contra las personas LGBT+ dejan la huella del prejuicio al intentar borrar la dignidad humana de las víctimas. Por supuesto, la impunidad y la saturación general de los sistemas de justicia juegan un papel importante, no obstante, ante circunstancias distintas se requieren protocolos y conversaciones distintas. La investigación y prevención específica de crímenes de odio es esencial para detener el fenómeno.

¿Son las personas LGBT+ invisibles?

Si las personas sexodiversas no son una población desconocida, ¿por qué se sigue hablando de visibilidad? ¿A qué otros espacios quieren llegar?

La visibilidad, por principio, no es únicamente sobre la existencia de las comunidades LGBT+, sino sobre las problemáticas a las cuales se enfrentan. Como expuse anteriormente, la violencia tiene su génesis en el odio, por lo que disminuir los prejuicios y la aceptación de personas sexodiversas es pieza clave para comenzar a construir paz y tolerancia.

Además, en el caso de las poblaciones trans, la visibilidad de los requisitos específicos de salud es fundamental para que puedan recibir una buena atención tanto en sistemas públicos como privados. Los doctores no suelen tener capacitación para atender problemas urológicos, ginecológicos o quirúrgicos, lo cual les impide el acceso a una salud digna.

Otro de los ejes para conseguir cierta equidad es eliminar el prejuicio en la atención médica. Hombres gays y mujeres trans se enfrentan a menudo a que todos sus problemas se salud se relacionen inmediatamente con el VIH sin importar si son portadores o no, lo cual dificulta que se puedan identificar sus verdaderos padecimientos. Además, en varios países de la región, el estigma del VIH sigue imipdiendo legalmente las donaciones de sangre a gays y transexuales.

La salud mental es otro aspecto en el cual la atención hacia personas LGBT+ resulta desigual: en muchas ocasiones, los doctores asumen que sus problemas psicológicoss se ven relacionados con su identidad u orientación y por tanto fallan al tocar temas subyacentes de depresión o ansiedad.

¿Derechos o privilegios?

La invisibiliización de los problemas LGBT+ nos ha llevado a creer que se demandan privilegios, cuando la realidad es que la dignidad humana y el respeto no deberían ser exclusivos para quienes entran dentro de determinadas normas.

Los derechos de las personas LGBT+ no pueden ser vistos como un tema superfluo o secundario ante las múltiples crisis que se viven en la región, sino como parte de una perspectiva profunda y  amplia de respeto y derechos humanos.