Una mujer empoderada es aquella que tiene plena libertad para tomar sus propias decisiones y esto implica tener autonomía económica, profesional y sobre su propio cuerpo. Las relaciones sociales, familiares y profesionales deben estar basadas en el respeto del uno por el otro, toda vez que seamos vistos y valorados como seres humanos con los mismos derechos y deberes, y no determinados por nuestro género.
Las mujeres traemos a la sociedad, al ámbito profesional y personal características y visiones que ciertamente enriquecen y complementan de manera positiva cualquier circunstancia de la vida. Hoy en día está más que comprobado que las mujeres no solo podemos desempeñarnos en cualquier profesión o actividad de manera exitosa y competitiva, sino que en muchos casos damos un valor adicional puesto que ver y actuar con perspectiva de género puede ciertamente complementar, e incluso brindar soluciones alternativas a las diferentes situaciones que se presenten en el interactuar humano.
Para que en la práctica esto se lleve a cabo adecuadamente tanto las políticas públicas, como los gobiernos corporativos en las empresas y en los hogares, se deben establecer normas que generen cambios culturales y de comportamiento encaminados a darles a las mujeres los mismos derechos y oportunidades. Incluso incorporando políticas afirmativas, para que en efecto a lo que contribuyan sea a “nivelar la cancha”. En otras palabras, pasar del discurso a la práctica.
Ejemplos concretos de lo que se podría hacer en el mundo corporativo están, por solo mencionar algunos: aumentar la participación de mujeres en las Juntas Directivas en al menos un 30% o incluso hasta el 50%, diría yo. Así mismo, que las mujeres puedan llegar a lo más alto de la escalera corporativa y no solo quedarse en las subdirecciones o vicepresidencias. También que se implementen prácticas efectivas basadas en la meritocracia que rompan los “techos de cristal” o engrasen los llamados “pisos pegajosos” que impiden el ascenso equitativo en la estructura organizacional.
En materia de política pública es inminente que se les dé un merecido reconocimiento a las mujeres que dedican gran parte de sus vidas al cuidado de los niños, ancianos y/o discapacitados y que no reciben un céntimo por dedicarse a esa noble labor. En otras palabras incorporar el concepto y el rubro financiero de la llamada “economía del cuidado”. Es inminente también que se lleven a cabo políticas de educación sexual y reproductiva y con ello evitar, entre muchas otras cosas, tanto los embarazos no deseados como el embarazo adolescente, que como se ha podido comprobar empíricamente, es una de las causas estructurales de la pobreza, la deserción escolar, la violencia intrafamiliar entre otras muchas otras desgracias. En ese orden de ideas, el Estado en ningún caso, debería interferir en el ámbito personal de las mujeres a la hora de decidir sobre su propio cuerpo. Ese Estado, debería por lo tanto, limitar su accionar a la educación y prevención. Y en el ámbito político, las mujeres deberíamos tener las mismas oportunidades que los hombres no solo para elegir, sino para ser elegidas a los cargos de elección popular.
Finalmente, en el ámbito social, es inminente que se lleven a cabo campañas efectivas sobre Nuevas Masculinidades. El objetivo es revaluar el papel que culturalmente han llevado a cabo los hombres especialmente en los trabajos del hogar, el cuidado de los hijos y el de ser el principal proveedor en el hogar.
Llevar a cabo estos cambios en nuestra sociedad no solo hará de ésta una sociedad más libre, sino más justa y feliz. Tanto hombres como mujeres merecemos ser libres no solo en nuestro fuero público y social, sino también en nuestro fuero interno y emocional. Entre más temprano llegue el día en que seamos valorados por nuestra humanidad y no por nuestro género, más posibilidades de prosperar en nuestro proyecto común de vivir en un mundo sostenible y en paz.