¿Puede el liberalismo derrocar la hegemonía cultural de la izquierda latinoamericana? Esta fue la pregunta que guió la conferencia “Voces contra la hegemonía” que celebramos en conjunto con el Instituto Manuel Oribe en Montevideo, Uruguay.
Ante preguntas difíciles, respuestas difíciles. Si bien hay casos positivos como Argentina o Venezuela, donde las ideas liberales han logrado desafiar el status quo y son cada vez más populares, es innegable que existe un claro dominio de la izquierda que afecta las universidades, la cultura que se consume y, en última instancia, la representación política.
Juan Pedro Arocena dictó la primera parte de la conferencia hablando sobre un pensador que pocas veces se escucha en círculos liberales: Antonio Gramsci, el marxista italiano de inicios del siglo XX. Habló de él, no por la calidad de sus ideas políticas, sino por la relevancia que han tenido en América Latina y los aportes que los liberales deberíamos tomar en cuenta en nuestra lucha.
Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel planteó la idea de que la burguesía logró durante el Siglo XIX una hegemonía cultural mediante los intelectuales y que, por tanto, la clase obrera debía seguir la misma ruta. Así, la estrategia de la hegemonía cultural debía darse en varias fases: primeramente una crítica a los valores preestablecidos, después un establecimiento de nuevos valores y, finalmente, un triunfo electoral que permita hacer cambios políticos de sistema.
Visto así, parecería que no es tan complejo. No obstante, Arocena habló de un elemento clave que suena más sencillo de lo que es: la repetición constante y sin miedo de las ideas propias. En el último cuarto de siglo, la izquierda siguió esa estrategia y, lentamente, fue permeando en el ecosistema cultural hasta construir la hegemonía que hoy posee.
Ejemplo clave de ello fue el mencionado por Victoria Jardim en Brasil, quien explicó cómo, a lo largo de la década de los 90, el arte se vio completamente dominado por las ideas de la izquierda: desde cantantes, hasta telenovelas, el progresismo trabajó cada sector de la cotidianeidad brasileña para contar historias atractivas que paulatinamente influyeron en la ideología de miles de personas.
Caso similar es el de Honduras, donde hoy día existe un gobierno nepotista conocido popularmente como “El familión”. De acuerdo con Guillermo Peña, director de la fundación hondureña Eléutera, esto se debió a que realizaron previamente una campaña masiva que dividió a la población y asoció a la empresa privada con valores negativos. En Ecuador sucedió algo similar: un cambio cultural en la concepción de la democracia llevó a que ahora, en lugar de existir tres poderes, hayan cinco que sirven más a una clase política que al electorado.
Venezuela, por otro lado, es un caso interesante porque, si bien la izquierda tuvo una hegemonía cultural y política por décadas, el chavismo expropió las televisoras y los medios de comunicación para hablar a favor del gobierno y prohibió, directa o indirectamente, toda expresión de pensamiento independiente, no obstante, la calidad cultural de los productos generados por el chavismo ha disminuido y se ha vivido también una gesta ciudadana que pugna por la democracia a partir del deterioro económico y social vivido en el país.
Entre los mencionados, el único caso en el cual la hegemonía ha logrado ser desafiada fue el de Argentina, donde diversas organizaciones —muchas de ellas miembros de la Red— construyeron un contrarelato ante la historia oficial planteada por el kirchnerismo, lo que dio lugar a una explosión cultural en la cual el concepto de rebeldía se asocia hoy día con las ideas de la libertad.
A partir de todo lo anterior podemos decir que, si bien hay varios factores que pueden influir en el poder cultural y político, la evidencia nos demuestra que es importante prestar atención a los relatos culturales y las expresiones artísticas si queremos popularizar nuestras ideas y construir una América Latina libre y democrática.
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